LAURA PARDO
La artista colombiana Laura Pardo estuvo durante los meses de mayo y junio en residencia en CRAC. Durante su estadía realizó una serie de intercambios y trueques a partir de su proyecto «archivo Valparaíso».
Llegué a Valparaíso con la idea de comenzar un ‘archivo de material gráfico’ relacionado con la ciudad, con sus actividades económicas, personas y cotidianidad. Quería comenzar a acumular servilletas, etiquetas, volantes y demás impresos que me permitieran entender la ciudad, reconocer particularidades de su sociedad y su historia, a través de los objetos que circulan dentro de ella. Sin embargo al llegar a Valparaíso resultó claro que no podía llevar a cabo una actividad recolectora automática, aleatoria y sin criterio, era necesario ‘conectarme’ con Valpo., con su ritmo y dinámicas para poder encontrar algo que llamara mi atención, que realmente se vinculara a la ciudad y me permitiera abordarla de una manera más reflexiva y así resultara significativo mi proyecto.
En Valpo es posible vivir la vida de barrio que para las ciudades contemporáneas parece ser cada vez más ajena: no existe un gran centro comercial (o mall) y los supermercados que tiene se pueden contar con los dedos de una mano. No abundan los almacenes de cadena ni las franquicias. Los pequeños negocios atendidos por sus dueños como fruterías, verdulerías, carnicerías, botillerías, pastelerías, ópticas, librerías y sastrerías, que no pertenecen al mundo del ‘marketing’ ni del ‘product branding’, sino que más bien guardan un carácter único, espontáneo e irrepetible (muchas veces conservado por años y pasado de generación en generación), no solamente sobreviven sino que son parte fundamental de la ciudad. Estos se alejan del afán sistematizador y en cambio, con gran encanto, en estos lugares una vez efectuado el pago por la compra o servicio, no se le entrega al cliente un recibo instantáneo de caja registradora o digitalizado en computador. Por el contrario se le da una pequeña boleta impresa a partir de una placa litográfica con pequeñas imágenes que hacen referencia a la actividad del almacén acompañadas de particular tipografía y que el vendedor completa a mano con su puño y letra. Y fue en estos papelitos, casi siempre de color rosa o amarillo, donde encontré el material para comenzar a trabajar.
Acumulé muchas de estas boletas, que también actuaban como rastro de mi actividad diaria en Valparaíso, y así comencé a configurar el archivo. A este se fueron sumando otros elementos que seguían esa misma lógica de las boletas y que me llamaban la atención, como los pequeños papeles con imágenes de colores entregados en los buses y en el trole una vez se efectuaba el pago. Con el fin de hacer un archivo más dinámico y participativo, del material que iba acumulando, seleccionaba ciertas gráficas que me interesaban por sus características visuales y ‘narrativas’ y comencé a realizar dibujos a partir de estas. Sin embargo esto no era lo suficientemente participativo, para mi era importante poner a dialogar este archivo con la ciudad y sus habitantes, quería buscar una forma en que otras personas ayudaran a construir el archivo, para que de alguna manera saliera de mis confines al espacio publico.
La manera fue propiciar un trueque o intercambio. Yo ponía a disposición mis dibujos a cambio de más material gráfico que pudiera ser valioso para el archivo. No tenían que ser precisamente boletas, estaba dispuesta a dejarme sorprender. Sin embargo debo admitir que desprenderme de mis dibujos no resultaba fácil, así que se me ocurrió recurrir al mismo sistema de ‘original y copia’ que manejan los recibos de compra. Usando papel químico autocopiativo realicé dibujos de manera que quedara un ‘original’ y una o varias ‘copias’ para intercambiar por nuevas piezas.
Con dibujos en mano, el real reto se convirtió en lograr insertarme en la ciudad, en poder encontrar un público coleccionista interesado en realizar este tipo de intercambio. Parecía muy fácil pues Valparaíso tiene una gran tradición de ‘cosistas’ (acumuladores de cosas. Véase el famoso Neruda o el Restaurant Club Social J. Cruz) pero en realidad no lo fue tanto. Primero intenté negociar con los vendedores de ‘antigüedades’ y cosas usadas que ponen puestos los domingos en la plaza O’Higgins, pues muchos de ellos tenían grandes colecciones de boletas antiquísimas (incluso de cuando Chile tenía como moneda el Escudo y no el Peso). Pero evidentemente ellos no estaban dispuestos a darlas a cambio de un dibujo de una joven con acento colombiano pues finalmente para ellos el ‘coleccionismo’ o mejor aún el ‘cosismo’ es un modo de subsistir (aún así debo reconocer que compartían mi interés y se mostraban emocionados al poder hablar con alguien sobre las boletas, sus imágenes y especialmente sobre el pasado).
Entonces quién más podría coleccionar cosas simples como papeles que le llamaran la atención por sus diseños y que además pudiera estar interesado en intercambiar por dibujos? Y aún sabiendo quien, como buscarlos? Se realizó una convocatoria para un primer trueque en ÍNDICE (Centro de Documentación de las Artes) un lugar acogedor y buena onda que no generó muchos trueques pero que funcionó como experimento inicial pues me llevó a enfocarme en un grupo de personas que me era mucho más familiar y con el que podía resultar más cercano y natural el contacto: los estudiantes de arte. Con la ayuda de Isabel y Paulina fui a la Universidad de Playa Ancha y al ARCIS donde mostraba mis dibujos y hablaba con los estudiantes sobre los ‘tesoros’ encontrados, mientras que de sus bolsillos sacaban cosas maravillosas. A partir de estas visitas a las universidades surgieron más y nuevos encuentros para realizar trueques con jóvenes que recordaban que su abuelo tenia boletas guardadas o que tenían bolsas llenas de papelitos guardadas en sus casas. Asimismo los amigos que fui haciendo durante mi estadía en la ciudad y que conocieron el trabajo que estaba realizando comenzaron a mirar cautelosamente todos los papeles que pasaban por sus manos, fijándose en los detalles que antes eran desapercibidos, tratando de reconocer algo curioso. Emocionados me los traían para contribuir con el archivo y deseosos de participar del trueque, ellos también se llevaban felices un dibujo a cambio.
Un intercambio que hice durante uno de los últimos días de mi residencia resultó muy significativo para mí, un chico me trajo todas las boletas que había estado guardando durante más de un año esperando usarlas algún día para algo, pero que finalmente prefirió dármelas a mi. Revisándolas después con calma pude darme cuanta que conocía la gran mayoría de las pequeñas tiendas de las cuales procedían esas boletas. Eso me hizo sentir que había logrado conocer a Valpo y sus particularidades, que había vivido una cotidianidad parecida a la de al menos uno de sus habitantes. Realmente había logrado impregnarme de la vida de este puerto.
Agradecimientos: Escuela de Arte y Cultura Visual Universidad ARCIS-Valparaíso, Facultad de Arte Universidad de Playa Ancha, Luis Rondanelli, Guisela Munita, asitentes a los trueques…LAURA PARDO
La artista colombiana Laura Pardo estuvo durante los meses de mayo y junio en residencia en CRAC. Durante su estadía realizó una serie de intercambios y trueques a partir de su proyecto «archivo Valparaíso».
Llegué a Valparaíso con la idea de comenzar un ‘archivo de material gráfico’ relacionado con la ciudad, con sus actividades económicas, personas y cotidianidad. Quería comenzar a acumular servilletas, etiquetas, volantes y demás impresos que me permitieran entender la ciudad, reconocer particularidades de su sociedad y su historia, a través de los objetos que circulan dentro de ella. Sin embargo al llegar a Valparaíso resultó claro que no podía llevar a cabo una actividad recolectora automática, aleatoria y sin criterio, era necesario ‘conectarme’ con Valpo., con su ritmo y dinámicas para poder encontrar algo que llamara mi atención, que realmente se vinculara a la ciudad y me permitiera abordarla de una manera más reflexiva y así resultara significativo mi proyecto.
En Valpo es posible vivir la vida de barrio que para las ciudades contemporáneas parece ser cada vez más ajena: no existe un gran centro comercial (o mall) y los supermercados que tiene se pueden contar con los dedos de una mano. No abundan los almacenes de cadena ni las franquicias. Los pequeños negocios atendidos por sus dueños como fruterías, verdulerías, carnicerías, botillerías, pastelerías, ópticas, librerías y sastrerías, que no pertenecen al mundo del ‘marketing’ ni del ‘product branding’, sino que más bien guardan un carácter único, espontáneo e irrepetible (muchas veces conservado por años y pasado de generación en generación), no solamente sobreviven sino que son parte fundamental de la ciudad. Estos se alejan del afán sistematizador y en cambio, con gran encanto, en estos lugares una vez efectuado el pago por la compra o servicio, no se le entrega al cliente un recibo instantáneo de caja registradora o digitalizado en computador. Por el contrario se le da una pequeña boleta impresa a partir de una placa litográfica con pequeñas imágenes que hacen referencia a la actividad del almacén acompañadas de particular tipografía y que el vendedor completa a mano con su puño y letra. Y fue en estos papelitos, casi siempre de color rosa o amarillo, donde encontré el material para comenzar a trabajar.
Acumulé muchas de estas boletas, que también actuaban como rastro de mi actividad diaria en Valparaíso, y así comencé a configurar el archivo. A este se fueron sumando otros elementos que seguían esa misma lógica de las boletas y que me llamaban la atención, como los pequeños papeles con imágenes de colores entregados en los buses y en el trole una vez se efectuaba el pago. Con el fin de hacer un archivo más dinámico y participativo, del material que iba acumulando, seleccionaba ciertas gráficas que me interesaban por sus características visuales y ‘narrativas’ y comencé a realizar dibujos a partir de estas. Sin embargo esto no era lo suficientemente participativo, para mi era importante poner a dialogar este archivo con la ciudad y sus habitantes, quería buscar una forma en que otras personas ayudaran a construir el archivo, para que de alguna manera saliera de mis confines al espacio publico.
La manera fue propiciar un trueque o intercambio. Yo ponía a disposición mis dibujos a cambio de más material gráfico que pudiera ser valioso para el archivo. No tenían que ser precisamente boletas, estaba dispuesta a dejarme sorprender. Sin embargo debo admitir que desprenderme de mis dibujos no resultaba fácil, así que se me ocurrió recurrir al mismo sistema de ‘original y copia’ que manejan los recibos de compra. Usando papel químico autocopiativo realicé dibujos de manera que quedara un ‘original’ y una o varias ‘copias’ para intercambiar por nuevas piezas.
Con dibujos en mano, el real reto se convirtió en lograr insertarme en la ciudad, en poder encontrar un público coleccionista interesado en realizar este tipo de intercambio. Parecía muy fácil pues Valparaíso tiene una gran tradición de ‘cosistas’ (acumuladores de cosas. Véase el famoso Neruda o el Restaurant Club Social J. Cruz) pero en realidad no lo fue tanto. Primero intenté negociar con los vendedores de ‘antigüedades’ y cosas usadas que ponen puestos los domingos en la plaza O’Higgins, pues muchos de ellos tenían grandes colecciones de boletas antiquísimas (incluso de cuando Chile tenía como moneda el Escudo y no el Peso). Pero evidentemente ellos no estaban dispuestos a darlas a cambio de un dibujo de una joven con acento colombiano pues finalmente para ellos el ‘coleccionismo’ o mejor aún el ‘cosismo’ es un modo de subsistir (aún así debo reconocer que compartían mi interés y se mostraban emocionados al poder hablar con alguien sobre las boletas, sus imágenes y especialmente sobre el pasado).
Entonces quién más podría coleccionar cosas simples como papeles que le llamaran la atención por sus diseños y que además pudiera estar interesado en intercambiar por dibujos? Y aún sabiendo quien, como buscarlos? Se realizó una convocatoria para un primer trueque en ÍNDICE (Centro de Documentación de las Artes) un lugar acogedor y buena onda que no generó muchos trueques pero que funcionó como experimento inicial pues me llevó a enfocarme en un grupo de personas que me era mucho más familiar y con el que podía resultar más cercano y natural el contacto: los estudiantes de arte. Con la ayuda de Isabel y Paulina fui a
Un intercambio que hice durante uno de los últimos días de mi residencia resultó muy significativo para mí, un chico me trajo todas las boletas que había estado guardando durante más de un año esperando usarlas algún día para algo, pero que finalmente prefirió dármelas a mi. Revisándolas después con calma pude darme cuanta que conocía la gran mayoría de las pequeñas tiendas de las cuales procedían esas boletas. Eso me hizo sentir que había logrado conocer a Valpo y sus particularidades, que había vivido una cotidianidad parecida a la de al menos uno de sus habitantes. Realmente había logrado impregnarme de la vida de este puerto.
Agradecimientos: Escuela de Arte y Cultura Visual Universidad ARCIS-Valparaíso, Facultad de Arte Universidad de Playa Ancha, Luis Rondanelli, Guisela Munita, asitentes a los trueques…